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Aquí estoy entre botellas…

  • Andrea Mendoza
  • 30 may 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 30 may 2023


Juguetes, mantas, biberones, papillas, lágrimas y dos hombres. No habría mayor problema, sólo que uno de ellos tiene nueve meses y el otro más de treinta… ¡años! Iremos por partes. Todo empezó la mañana de hoy. Suena el teléfono, contesto, es Irving, aquí la conversación:

— Vente de volada a mi casa; tienes que ayudarme. Fabiola se fue desde ayer a casa de su madre porque la señora está enferma; estamos el “Bollo” y yo solos con nuestra soledad. ¡No inventes, no me dejó dormir en toda la méndiga noche! Ándale chaparrita, te prometo que si haces esto por mí estaré en deuda contigo.

— ¡Negros son tus ojos! Por estos lares tampoco se venden piñas; la coladera se tapó y mi madre está en la histeria total, el patio está inundado y ha jurado por todos sus antepasados correrme con todo y macetas, ya sabes cómo se las gasta.

— ¡No seas cabrona! Neta que no tengo a nadie más que a ti.

— Llámale a tu madre, digo, en buen plan, no te vayas a calentar.

— No te lleves chaparrita; te ofrezco más, si te corre la doña te doy asilo político, ¿sale? Pero ayúdame que el pinche Bollo no se quiera callar.

— Nada más porque, la neta, no pinta bien el panorama. Llego en veinte minutos.

Salgo a hurtadillas de mi casa, le hago señas a mi hermana para decirle que me voy, mueve la cabeza en señal de desaprobación, encojo los hombros y trato de explicarle que no tengo otra salida. Su mueca lo dice todo; la dejo en el peor momento. Llego e Irving ya estaba en la puerta esperándome; sin duda tiene razón: el Bollo está peor que mi madre. — ¿Pues qué le hiciste, buey? — Le pregunto mientras le quito al bebé de los brazos.

— Neta que nada.

— Ése es el problema, tienes que cambiarlo y alimentarlo, ¡baboso! Además de bañarlo. Oye, prepárate algo de desayunar que por tus pinches prisas ando con la panza de farol.

—Lo que quieras, neta, pero haz que se calle de una buena vez.

Llevo al bebé a la cama, le saco el pañal; lo que veo es terrible, surge la duda, ¿cómo es posible que alguien tan pequeño haga algo tan enorme? Le preparo el baño y le pido a Irving que prepare el biberón. Mientras lo baño escucho ruidos y mentadas de madre. “Ya se quemó este tarugo”, pienso en voz alta. Le dirijo una mirada al Bollo mientras le digo en un ataque de risa: “Abusado, que el horno no está para bollos”. Limpio y fresco como lechuga nos vamos el Bollo y yo a la cocina, entramos. Observo el lugar y no comprendo cómo es posible hacer tanto desmadre por un par de huevos, volteo a ver Irving y despierta una ternura infinita en mí. Su sonrisa de triunfo no me permite reclamar el desorden.

— ¡Salen huevos rancheros y un biberón para la mesa cinco!—Grita lleno de orgullo.

Tomo asiento y le entrego al Bollo para empezar a devorar el desayuno. Al terminar le comento:

—No está mal, digo, para ser un psicólogo que se quemó las pestañas estudiando, ¿será el hambre que traía? — Él se sienta a mi lado y sienta al Bollo en su silla.

— Nel, la neta sí me la rifo. Oye, ¿supiste del oso de que hicieron los españoles? Que ahora quieren eliminar el fútbol de las olimpiadas, como no saben perder.

— ¿Neta? ¡Huy qué puñales! ¡Se vieron muy nenas, “ándale regrésame a mi Barbie porque ya no quiero jugar”! — Nuestra risa contagió al Bollo que nos seguía con sus enormes ojos grises que, por cierto, habían dejado de llorar. Las horas transcurrieron entre consejos para cuidar a Bollo, papillas, olimpiadas, fútbol y, sobre todo: muchas carcajadas. Al cabo de un rato nos fuimos los tres al cuarto; se recostó en la cama y puso a Bollo encima de él, tomó un libro y pidió que les leyera. Leí el título: “Diablo Guardián”, Xavier Velasco; abrí el libro y empecé a leer en voz alta. En unos minutos los dos dormían plácidamente, ¡qué lindos son los hombres mientras duermen, lástima que tengan que despertar! Les dije sin que ninguno de los dos se enterara.

Llega la hora de partir. Tomé una hoja y garabateé una nota: Me debes una… ¡infeliz! Tomé el libro a cuenta. Cualquier cosa me llamas, sin abusar ¿eh?

Salgo a la calle, horrorizada caigo en la cuenta que tengo que abordar el metro justo en la hora pico. El cielo anuncia tormenta, pienso que no será peor que la que espera en casa. En fin, digo en voz alta, todo valió la pena con tal de verlos dormir. Esa imagen servirá para soportar las dos terribles tormentas que se avecinan.

Por: Andrea Mendoza

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