Fue un domingo cualquiera
- Andrea Mendoza
- 4 jun 2023
- 3 Min. de lectura

De esos en los que mis padres solían visitar a la abuela y nos dejaban solos en casa, con la merienda y el pijama: listos para ir a la cama.
Soy la tercera de cuatro hermanos; tres mujeres y un varón. Entre las dos mayores y nosotros los menores hay una brecha generacional enorme, al menos eso era lo que ellas decían. Recuerdo que aquella noche mi hermano menor y yo queríamos ver una película animada, a lo que mis hermanas se negaron rotundamente. Ellas estaban en plena adolescencia y nosotros todavía éramos unos mozalbetes, lo que nos convertía en una carnada fácil.
Yo tenía esa odiada edad en dónde empiezas a dejar de ser niña, aunque aún falta tiempo para considerarte una mujer. Su argumento fue que ya eran mayores para ver caricaturas, así que verían un programa de variedades donde salían los artistas del momento; en dónde sus hormonas reventarían en gritos de placer por ver bailar y cantar a unos changos igual de hormonales que ellas.
Empezó la batalla campal, ellas que no y nosotros que sí. Pero ya sabemos que es una ley inexorable de la vida: el pez más grande se come al chico… así que nos quitaron el control remoto y nos amenazaron con poner películas de terror si osábamos cambiar de canal.
Sintiéndose triunfadoras y después de hacernos llorar, se fueron a la cocina para preparar palomitas de maíz y así festejar su triunfo. Quedé en medio de un mar de lágrimas. Mi llanto se convirtió en sollozo. En mi berrinche enrollé las cobijas entre mis piernas; a mi hermano lo venció el sueño y yacía en la cama vecina completamente dormido. Era mucha la rabia contenida, un sentimiento de frustración e impotencia que no podía calmar.
Dicen que la música doma a las fieras, que es capaz de trasformar cualquier situación por estresante que ésta sea. Yo sólo recuerdo lo que sentí al verlo aparecer en el monitor… era bello, pero con una belleza totalmente masculina; sin embargo, tenía algo de femenino, tal vez lo necesario para que yo me sintiera hipnotizada; como una serpiente que empieza a danzar al ritmo de la flauta de su encantador…cantaba y se movía al compás de una música enajenante. Su mirada parecía traspasar la pantalla del televisor y desnudarme; empecé a imaginar que era a mí a quien cantaba. Lo vi acercárseme y ordenarme que empezara a moverme; su cadencioso baile seducía de una manera inigualable. Mi pelvis empezó a subir y bajar al ritmo de su suave y dulce canto. Las cobijas entre mis piernas sirvieron para provocar placer en mis fricciones, cada vez más rápidas; él seguía cantando y bailando mientras no dejaba de “mirarme…” todo el entorno desapareció, éramos sólo él y yo, no había nada más en la habitación. La música entraba por todos mis sentidos, su mirada volvía a subyugarme… me dejé llevar por el placer que producía mi cuerpo en cada movimiento… cerré los ojos abandonándome por completo… no, ya no tenía más voluntad que la de él
Apreté entre mis manos las cobijas y mis piernas se cerraron de golpe para tratar de evitar la salida del líquido caliente que arrojó mi vagina, mi reacción fue gritar, grité tan fuerte como pude. Mi hermano despertó sobresaltado, mis dos hermanas corrieron hacia mí asustadas y preguntando qué pasaba. ¿Cómo darles una respuesta? Ni siquiera yo sabía qué había ocurrido, tan sólo sé que experimenté algo totalmente nuevo y confuso, algo que me asustó, pero que disfruté sobre manera; tan sólo la humedad entre mis piernas servía para reafirmar que “aquello” había sucedido.
Mi hermana mayor intentó acercarse a mí para tomarme entre sus brazos, grité más fuerte ante el temor de sentirme descubierta; ambas se deshacían en disculpas, las amenacé con acusarlas con mi madre por no dejarnos ver nuestro canal. Al cabo de un rato dejé que ella se acercara, le pedí tranquilamente que me acompañara al baño; empecé a desnudarme para meterme a la ducha y evitar que notara lo que quería ocultar: mi ropa mojada. Volvió a preguntar qué era lo que había pasado. No pude darle una explicación, aunque quisiera, simplemente porque no la tenía; bastaba sentir… Encogí los hombros y le dije: “No lo sé”.
Desde entonces Miguel Bosé es mi símbolo sexual, el mejor; el único. Y es que… hacer que una “niñita” tuviera su primer orgasmo sin siquiera tocarla es… un gran mérito… ¿no crees?
Por: Andrea Mendoza
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