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¿Llorar? ¡Sólo por algo que valga la pena!

  • Andrea Mendoza
  • 17 abr 2023
  • 3 Min. de lectura

Eso es lo que asegura mi madre. Entonces surge la duda: ¿Qué es aquello por lo que vale la pena llorar?

Ella afirma que no puede entenderme.

— ¡Hace unos meses murió tu tía Luisa, y tú, en vez de llorar, sonreíste! ¡Ahora estás llorando por un árbol! ¡Por amor de Dios, es un simple árbol!—Me reprocha sin miramiento alguno.

Sin dejar de llorar le contesto:

— Ése es precisamente el problema, mi tía ya no deseaba vivir, al árbol ni siquiera le preguntaron si deseaba seguir viviendo.

Salió de mi habitación azotando la puerta y repitiendo la misma cantaleta:

— ¡Simplemente no puedo entenderte!


No me dejó explicarle que yo pasé con mi tía su último cumpleaños. Fue el año anterior, su hija trabajó y su hijo no podía ir a visitarla. Tuve la enorme dicha de compartir esa fecha tan especial con ella; tanto lo fue que, me dejó marcada para siempre... Lo recuerdo como si fuera ayer: sacó una botella de mezcal, preparó una comida riquísima con su sazón tan particular, ése que sólo tienen las tías que cocinan con más amor que condimentos. Compartimos la tarde, la mesa, el mezcal, sus adorables mascotas y sus recuerdos, pero sobre todo, me compartió su ferviente deseo de morir… Fue en el momento que alcé mi copa para hacer un brindis: “Muchos años de estos, querida tía”. Le dije con una enorme sonrisa. Me observó muy seria, con sus ojitos serenos y segura de sí misma, aseguró:


— No, yo ya no quiero más años de estos, tu tío ya no está a mi lado, mis hijos ya tienen su vida hecha y yo ya estoy muy cansada. Cuando tenía tu edad pensaba que no quería morirme, hoy estoy segura de que la vida te prepara para ello, el día de hoy lo único que deseo es… morir.

Nuevamente volví a levantar mi copa, pero esta vez para decirle:

— Entonces, que así sea, brindemos por ello.


Justo en el momento que nuestras copas chocaron su rostro se iluminó y empezó la tertulia: cantamos, reímos, lloramos, comimos, bailamos, recordamos; volvimos a llorar, aunque también nos fue fácil volver reír; fue una tarde increíble, llena de recuerdos y anécdotas cargadas de vivencias suyas; me enteré cómo fue que conoció a mi tío, como bailaba rock and roll en las tardeadas de malteadas y tobilleras, los trabajos que tuvo que pasar para parir a sus hijos, los lugares que tuvo la dicha de conocer, las fiestas en el pueblo, la diferencia entre la tonta ciudad y la bendita provincia, la manera en que tuvo que adaptarse para seguir al hombre que amaba. Al final le escuché decir convencida que todo valió la pena.


Luego de varias horas de convivio la llevé a su cuarto trastabillando, ambas estábamos más ebrias que el mezcal; la dejé profundamente dormida, le di un beso en la frente y la observé por un rato. Su sueño era profundo y tranquilo, su rostro reflejaba ese cansancio que te regalan los años. Salí rumbo a mi casa serpenteando por la calle. Ya en la cama, en la soledad de mi alcoba, vino a mi mente su rostro lleno de satisfacción. Sin embargo, era también un rostro suplicante, de verdad deseaba terminar con esa vida que ya no quería vivir. En silencio rogué se cumpliera su deseo, no sin antes agradecer ser tan afortunada y poder estar a su lado en ese cumpleaños tan especial.


Fue por ello que, meses después, cuando mi madre entró a mi habitación para decirme: “Acabo de colgar, es tu prima, dice que tu tía Luisa murió hoy.” A mí lo único que se me ocurrió fue: ¡sonreír! No sentí nada más que la imperiosa necesidad de reír a carcajadas y agradecer a Dios por haber cumplido su deseo. Mi madre me miró desconcertada, se acercó y tocó mi frente, movió negativamente la cabeza y me dejó sola con mi locura. No pretendo que me entienda, muchas veces me es difícil entenderme a mí misma, ya ni siquiera lo intento, sólo me gusta sentir.

Lo de hoy es diferente, el árbol tenía nidos, orugas y flores que visitaban los colibríes y alegraban mis mañanas, o mis tardes, en realidad no importaba la hora, siempre alegraban mi vista… Mi tía no merecía mis lágrimas, ella se ganó mi risa… el árbol obtuvo mi llanto.

Divagando en un día marrón… después de llorar como Magdalena por un árbol que, estoy segura, NO deseaba morir…


Abril 2012

Por: Andrea Mendoza


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