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Si tú crees que has tenido un mal día

  • Andrea Mendoza
  • 22 may 2023
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 22 may 2023


Espera escuchar esto: los viernes son de tráfico en mi ciudad. El día no podía empezar peor. Contaba con el tiempo justo para llegar a la universidad, si es que todo salía bien. No sonó el despertador a la hora programada, supongo que en el trayecto de la noche se fue la luz. Apenas y tuve tiempo de peinarme y, sin probar alimento, salí hecho un bólido. Llegué apenas atrás del profesor. Al sentarme y tomar un poco de aliento escucho que dice: “Mendoza, haga el favor de pasar al frente y decirnos por qué tiene el privilegio de entrar después de mí en un día de examen”. La clase completa me miraba esperando una respuesta, mi cara sufrió una transformación de color, sentí el corazón latir de forma desmesurada. <<Hoy no, hoy no, por favor>>, pensé mientras me ponía de pie y trataba de buscar en mi atolondrado cerebro una buena respuesta. Mi cabeza al fin arrojó un rayo de luz: Profesor, entré después de usted como un gesto de respeto hacia su persona. –Le dije, tan sólo por contestar algo; no le quedo más remedio que sonreír disimuladamente. El examen era sencillo, lo terminé antes de que la mayoría acabara, pero no quise decir nada, el panorama no pintaba nada bien.

Salí del salón con cierto temor. No suelo creer en la mala suerte, pero nunca está de más tomar algunas precauciones y no quería echarle el café encima al director, o pisar a alguna chica. Caminé por el pasillo con los sentidos alertas. Traté de hacer memoria y recordar si acaso me había levantado con el pie izquierdo, si se había atravesado en mi camino algún gato negro, o si pasé por debajo de alguna escalera sin darme cuenta. Justo al dar la vuelta en una esquina, y ya casi para salir del edificio, tropiezo con la chica que me tiene loco. Había esperado esta oportunidad por meses y justo hoy se me presentaba. No pude decir palabra, mis labios se negaron a emitir sonido alguno. Ella me miró un tanto desconcertada. – ¿Te puedo ayudar en algo? —Preguntó y estiró su mano para quitar una hoja de mi enmarañado cabello. Sentí tanta vergüenza que sólo negué con la cabeza y salí corriendo del edificio.

Sólo tenía fija una idea: por favor; que acabe este maldito día lo más pronto posible. Llego a casa y veo que mi madre tiene cara de pocos amigos, < ¿y ahora qué?>, pregunté en silencio; mientras mi madre ponía su mano enfrente de mí con un cigarro hecho de una hierba, que ella sabía, no era precisamente tabaco. “La mejor defensa es el ataque”, recordé a mi abuelo decirme como buen estratega que era. Así que lo puse en práctica: “No debes andar registrando mi cuarto, ¿Qué no sabes lo que es privacidad?”; inmediatamente le arrebaté el cigarro y me dirigí a mi habitación, cerré la puerta tras de mí y no volví a asomar la cara el resto del día.

Miré el reloj y noté que casi eran las siete de la tarde; mi estomago empezaba a reclamar alimentos, eso implicaba salir de mi cuarto y tener que darle una explicación a mi madre, cosa que no estaba dispuesto a hacer. Entré al baño para ducharme; al salir escucho a mi hermana tocar la puerta para después decirme: “Dice mamá que subas a la azotea y revises la manguera del tinaco.” ¡Sí! Era la cereza en el pastel, el tiro de gracia, tenía hambre, sueño, calor y lo único que se le ocurría a mi madre era que subiera a revisar el tinaco.

Nueve de la noche; ya falta poco para que acabe el día, pensé. Salí del cuarto con la bata de baño y sin más nada de ropa. Subí por fin a la azotea con toda la apatía del mundo. Afuera el aire fresco hizo que mi cuerpo se sintiera aliviado. Estábamos en pleno verano y el calor en la habitación era insufrible. La noche era hermosa. Miré al cielo, observé la luna radiante, su luz iluminaba la manguera y noté que estaba perfecta. Me recosté al lado del tinaco y cerré los ojos. Saboreando el momento y sintiéndome en libertad me quité la bata para dejar mi cuerpo desnudo.

Llegó un perfume hasta mí, no quise abrir los ojos. Escuché algo, alerté mis sentidos. Casi por inercia traté de mirar de dónde procedía el ruido. Mi vista recorre el lugar, me encuentro con la mejor visión que cualquier hombre pudiera desear. En la azotea de al lado veo una silueta femenina; era mi vecina, la mujer más sensual que he conocido jamás. Estaba recargada en algo que parecía ser un tubo, no descubrí en ese momento qué era exactamente; toda mi atención la acaparaba ella. Estaba envuelta en un camisón de seda que se pegaba a su cuerpo como su segunda piel. Supongo que salió buscando un poco de aire fresco. Llevaba el cabello suelto. Sus hombros descubiertos invitaban a ser besados. Es una mujer madura, de esas que saben lo que quieren y cómo lo quieren, de esas que ya no discuten porque te quedaste viendo a otra chica por la calle. No, ella sabía perfectamente que, lo que ella tenía, lo tenía bien puesto. A la distancia empezó una música suave, no supe de dónde provenía, sólo sé que fue suficiente para que ella empezara a mover su cuerpo al compás de la música, se dejó llevar y empezó a tararear en una voz tan suave como sus movimientos. En su vaivén rozó el tubo con su pelvis, noté que fue agradable y volvió a repetir el roce mientras sus labios no dejaban de tararear aquella pegajosa melodía. Se animó; sus movimientos aumentaron de velocidad. Sin saberse observada empezó un jugueteo con el tubo, sus bailes fueron cada vez más sensuales. Yo me encontraba en una situación peligrosa, por un lado mi conciencia me decía: “lárgate y déjala en paz”, pero por otro lado mi hombría reclamaba su porción de “parcela”. Sabía que si me iba, jamás tendría otra oportunidad de ver tan memorable espectáculo. Dejé fuera de esto a mi conciencia y me dediqué a observar a la que, más de una vez, me había robado el sueño. La luna iluminaba su rostro angelical; se volvió cómplice en aquel baile tan sensual. Ella animada por el placer frotó aún más su pubis contra el tubo que le servía de apoyo. En su rostro era perfectamente visible todo lo que ella estaba experimentando. Juraría que sus pechos luchaban por salir de su escote, parecían dos animales presos en una hermosa jaula de seda. El tirante de su camisón cedió al peso y cayó para dejar descubierto sus enormes senos, sus pezones rozaron el tubo, al contacto con éste y, por lo frío que, supongo, debió haber estado, la erección no se hizo esperar… yo me sentía en el paraíso viendo a mi “Eva”. Mi cuerpo deseaba librar la distancia que nos separaba y estar a su lado para, por lo menos, mirarla de frente. Sí, deseaba con toda el alma ver su rostro lleno de placer. Estaba en el momento cumbre, erecto y dispuesto a dejarme llevar por el espectáculo. En ese instante ella dejó salir unos gemidos y yo dejé volar mi imaginación. Mis manos buscaron desesperadamente el contacto con mi hombría. Ella no cesaba en su erótico baile, yo sentí que iba a gritar de placer… de pronto y, sin compasión alguna, escucho la voz de mi madre que me hace volver a la triste realidad:”¿Querido, sucede algo?”, volteo y la veo acercarse peligrosamente. –No te subas, por favor. —Le supliqué mientras cubría mi desnudez atrás del tinaco y buscando a tientas mi bata de baño.

—Creo que tienes algún problema con la manguera, ¿verdad, cariño? —Escuché decir a mi madre mientras yo seguía buscando la bata y tratando por todos los medios de hacerla desistir en su intento por acercarse a mí.

—Ni lo menciones. Mira, baja y enseguida estoy contigo, no tardo, es cuestión de minutos. Haz el enorme favor de bajar y checar si todo está bien; acá no hay problema alguno. Al fin encontré mi bata, me la puse, busqué con la mirada a mi vecina, fue inútil, mi Eva se había desaparecido.


Por: Andrea Mendoza

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